"OFICIOS PARA MUERTOS"

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Oficios para muertos
(Apuntes retrasados y fotos del día de los muertos en el mes de la navidad)


Tres  niños se dan cuenta del lente de la cámara apuntándolos; sonríen, se avergüenzan, y se esconden. Cada uno lleva un pico en las manos y una mochila en la espalda, a esta hora sus ropas ya están empolvadas de tierra de cementerio popular. “Te lo arreglo tu tumba”; y más allá otro ofreciendo “te lo rezo”, éste lleva el buzo del colegio debajo de la túnica blanca con la que se vistió para oficiar las pequeñas misas a los difuntos y, al igual que los demás, una mochila.  Una señora lo llama y tras acordar el precio y la extensión de los oficios  el niño abre un folletito en el que están todas las oraciones católicas para la ocasión. Se reúnen alrededor de una tumba pequeña en la zona parvularia del Cementerio de Huancaro, se persignan, y comienzan el rito. 





Un hombrecito de camisa amarilla; un chaleco, un chullo cusqueños y una mandolina colgada del cuello que una de sus manos sostiene. La otra, sostiene quién sabe qué número de vaso de cerveza que lo mantiene ya bastante borracho y cantando, alternando su risa y su llanto, sin importarle que no sean sus muertos a los que les canta, ni su dolor el mismo de los que le pagan por cantar.


Otro hombre, mucho más mayor y sobrio que el descrito antes, se lleva en su cámara retratos de muertos, en sus tumbas tapadas debajo de la tierra, o muertos que andan encima, muertos, porque al final, todos lo estamos o estaremos en algún momento.
Me responde que “cinco mamá”, cuando le pregunto el precio, y agrega “instantánea, lo imprimo aquí rapidito y te entrego la foto”, mostrándome la impresora pequeña que carga entre las manos debajo de la cámara colgante de su cuello. Me pide que me acomode, que sonría allí sentada entre las tumbas del parvulario, cuenta hasta tres y baja la cámara, me muestra la foto pidiéndome la aprobación de su trabajo, le digo que está bien y él me da la espalda dirigiéndose hacia su impresora. Lo veo sortear el desnivel de tierra en el cerro periférico del cementerio sin espacio para más muertos. Camina con cuidado para que sus zapatos gastados no resbalen y se inclina con dificultad.
A los minutos se acerca, y le tomo una foto en el momento en que me entrega la que me tomó él.

Bajo la cámara y la vista, y me veo en la fotografía impresa, al lado de la tumba de un niño desconocido, sobre la que hay una cruz con la inscripción: J.E.C.C. – 1981.  



    

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